Para Dios nadie está por encima de los demás, el servicio es lo que nos engrandece.
Citas: 1ª lectura: Isaías 53,10-11.
Salmo: 32 Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.
2ª lectura: Hebreos 4,14-16. – Evangelio: Marcos 10,35-45.
Comentario: ¿Qué entendemos por triunfar en la vida?
El ideal no es crecer en valores ni virtudes, ser buenas personas, entregarse a los demás… hoy nadie pretende ser santo ni héroe; nos basta con lograr éxitos profesionales y afectivos, una buena calidad de vida, salud, tener algo interesante que hacer sin estresarnos ni complicarnos la vida… y sobre los demás, lo que le ocurra a cada cual es cosa suya, a ser posible lo mejor es vivir sin tener que depender de nadie.
Más tarde o más temprano esta forma de pensar autosuficiente termina en sentimientos de fragilidad, soledad, y derrota por falta de amor. Jesucristo nos alerta de que si alguien quiere triunfar en la vida ha de aprender a amar a los demás saliendo de sus egoísmos para sensibilizarse ante el sufrimiento de los otros. Un buen liberador no puede ser aquel que se pasea entre el pueblo sin experimentar sus necesidades, sus dolores, sus sufrimientos.
Nuestro Dios se duele con los sufrimientos del ser humano por eso quien se sienta enviado de Dios debe experimentar el sufrimiento de los demás. Para ser buen sacerdote no basta estar cerca de Dios, también hay que estar cerca de los humanos y sus miserias. Por ello necesitábamos un Sumo Sacerdote capaz de introducirnos en el mismo seno del amor y de la misericordia de un Dios que está cerca de los que le buscan y necesitan ante ese dolor y esos padecimientos, muchas veces provocados por nuestro egoísmo y falta de amor. Un enviado por Dios que aprendió en la debilidad humana, sin apartarse del camino recto y verdadero; del amor que le impidió pecar.
El Sacerdocio de Jesucristo se amasa en esa debilidad de nuestra existencia para conducirnos al Dios Verdadero que no le importan los sacrificios rituales sino el corazón de la persona. Igual que las riquezas, el ansia de poder también dificulta el seguimiento de la voluntad de Dios y el camino de entrega que nos enseña Jesús. La patología de quienes se sienten poderosos en este mundo es el dominio con falsas promesas, esclavizando e impidiendo la maduración de las personas en esa esencia ética y humanizadora que proviene del amor de Dios.
El Reino de Dios por el contrario ha de consistir en tratar a cada uno con amor y según sus necesidades, desde la misericordia que Dios nos tiene y que no es apreciada por los poderosos porque sirve a los humildes, a los últimos de todos.
Dios no necesita que alguien pague por los otros; el sacrificio de Jesús en la cruz se realiza porque los poderes de este mundo no le permiten que realice la voluntad de Dios Padre. La ambición siempre separa, divide y enfrenta, como les ocurre a los apóstoles. La gloria del hombre no radica en ostentar riquezas ni poder, efímeros en esta vida, sino en dar vida libremente mediante la entrega y el servicio a los demás como garantía de verdadera justicia, paz y liberación del mal.
Es esa acción positiva y bondadosa la que nos da felicidad a pesar del dolor y la enfermedad y nos libera ante la muerte.
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