¿Cuándo surge la tradición de montar el belén?

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El inicio de la conmemoración del Nacimiento de Jesús se remonta al siglo IV, coincidiendo con el final de las persecuciones cristianas, hecho reflejado en el edicto de de Constantino del año 313. Sin embargo, no resulta tan fácil señalar el momento exacto en que nace el belenismo, atribuido tradicionalmente a la figura de San Francisco de Asís. Si bien los primeros testimonios de la Natividad datan del siglo II —en la Capella Greca de las catacumbas de Santa Priscila, en Roma, se halla la representación más antigua de la Virgen María con el Niño—, no será hasta los siglos IV y V cuando comience a proliferar este tipo de imágenes, normalmente esculpidas en los sarcófagos. Otro ejemplo muy interesante, realizado en torno al año 432, lo encontramos en el oratorio de Santa María la Mayor de Roma. Allí se alza una construcción similar a la gruta de Belén mandada levantar por el Papa Sixto III, tras reconvertir la primitiva iglesia paleocristiana del siglo IV —conocida como Basílica Liberiana— en un templo dedicado a la Virgen. Más tarde, con la llegada de la Edad Media, los motivos navideños comienzan a introducirse como parte de la ornamentación de capiteles y portadas de claustros, monasterios, abadías y templos, ejerciendo de herramienta con la que enseñar al pueblo la Historia Sagrada. Asimismo la devoción al Nacimiento fue muy impulsada por la orden de los templarios, quienes incentivaron el culto a Jesús y al Santo Sepulcro a partir del siglo XII.

Aunque si hemos de destacar una fecha como la del inicio del belenismo esta es el 25 de diciembre de 1223, cuando Giovanni di Pietro Bernardone, más conocido como San Francesco d’Assisi, diese pie a la instalación del primer presepe, al poco de recibir del Papa Honorio III la confirmación de su Regla. Y es que, tras visitar Tierra Santa y quedarse impresionado en Roma por los mosaicos de la mencionada Santa María la Mayor que representan el Nacimiento de Jesús (justo al lado del lugar donde se conservaban, según una antigua tradición, unas astillas del pesebre), tuvo una feliz revelación. Las Fuentes Franciscanas de Tomás de Celano narran en detalle lo que sucedió en Greccio, localidad italiana de la provincia de Rieti, situada a 94 kilómetros al norte de Roma. Quince días antes de la Navidad, Francesco llamó a un lugareño llamado Giovanni y le pidió que lo ayudara a poner en marcha una idea: «Deseo celebrar la memoria del Niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno». Tan pronto como lo escuchó, Giovanni preparó en el lugar señalado lo que el religioso le había indicado. De este modo, cuando el 25 de diciembre llegaron a Greccio numerosos frailes y monjas de diversas procedencias (franciscanos, concepcionistas, clarisas o capuchinas), así como hombres y mujeres de las granjas de la comarca, trayendo flores y antorchas para iluminar aquella noche santa, quedaron maravillados ante la singular escena. Y es que aquel primer belén de la historia incluía, tal y como había pedido San Francisco, el heno, el buey y el asno, aunque no constaba de ninguna otra figura salvo el Niño Jesús, que se materializó en el pesebre «a través de una visión maravillosa», como señala Celano. Seguidamente las fuentes concluyen diciendo que un sacerdote celebró una misa solemne ante el Nacimiento, mostrando así el vínculo entre la encarnación del Hijo de Dios y la Eucaristía.

La importancia del Barroco

Por cierto que la palabra «pesebre» deriva de la latina praesepium, vocablo utilizado ya por San Jerónimo en su traducción de la Biblia —la popular Vulgata— hacia el año 350 de nuestra era. A su vez, praesepium deriva de prae-sepas, que parece guardar alguna relación con el griego he phatne, cuya raíz proviene del sánscrito bhedhPhatne sería la concavidad donde se deposita el alimento del ganado.

A partir de la idea de San Francisco se extendió en las iglesias italianas, primero, y en toda Europa, después, la instalación de belenes, como los de Andrea della Robia en el Duomo de Valterra. El más antiguo conservado es seguramente el de San Giovanni Carbonara, en Nápoles, con figuras de madera que datan de mediados del siglo XIV; si bien no es hasta 1562 cuando se ubica el primer belén montado única y exclusivamente para el periodo navideño. Esto ocurre, según consta documentalmente, en la iglesia de los Jesuitas de Praga.

De poco tiempo después (1567) es el primer belén familiar del que se tiene noticia, propiedad de la duquesa de Amalfi y compuesto de 107 figuras donde se combinan personajes evangélicos con otros anónimos. Aunque fue con la irrupción del Barroco, especialmente a partir del siglo XVIII, cuando se impulsó de forma definitiva esta disciplina. En esa época es fundamental, según el profesor Valiñas López, la aportación de artistas de primera fila, como Giuseppe Sanmartino, Bernardo Legarda, Francisco Salzillo o Damián Campeny, siendo fundamental el impulso del rey Carlos III para su implantación en nuestro país. No en vano, el monarca habilitó una gran sala del Palacio Real de Madrid para instalar un belén que pudiese ser visitado por el pueblo.

El belén más antiguo de España

Mucho antes de la existencia de este, las Islas Baleares ya contaban con el considerado «belén más antiguo de España», ubicado en la iglesia de la Anunciación de Palma de Mallorca, conocida popularmente como La Sang. Este data de 1536 y cuenta con una gran leyenda detrás. Según el historiador balear Josep María Osma, un navío que procedía de Italia, y que portaba figuras escultóricas de los siete misterios de la Madre de Dios, se vio envuelto en un fuerte temporal que a punto estuvo de llevarlo a pique. Dada la situación crítica, el capitán, Domingo Gangonne, prometió que entregaría como exvoto uno de los misterios marianos si lograban salvarse. Cuentan que la primera luz que divisaron fue la de la lámpara de Nuestra Señora de las Nieves, que permanecía encendida día y noche en el antiguo convento de Nuestra Señora de Los Ángeles o de Jesús, en la isla de Palma, cenobio que acogió al fraile mallorquín y evangelizador de California Fray Junípero Serra. Aproximándose la nave a tierra, los monjes acudieron en su auxilio y el capitán, cumpliendo con lo prometido, dio a elegir al prior uno de los misterios. La leyenda dice que este optó por el del Nacimiento, pero Gangonne se negó, pidiéndole que optase por otro o ninguno. Al no llegar a un acuerdo, el italiano intentó zarpar de nuevo en cuanto el mar estuvo en calma, descubriendo, asombrado, que la embarcación no se movía. Esto fue interpretado como una señal del cielo, por lo que el navegante cedió e hizo entrega de las piezas a los monjes. Desde entonces, el Belén de Jesús de Palma goza de una gran devoción, siendo sus figuras, de estilo gótico, atribuidas al taller de la familia Alamanno, autores de algunos de los más antiguos belenes napolitanos en el último tercio del siglo XV.

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