15/10/2023: XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario.
Todos estamos invitados al banquete del Reino de Dios.
Citas:
1ª lectura: Isaías 25,6-10a.
Salmo: 22 Habitaré en la casa del Señor por años sin termino.
2ª lectura: Filipenses 4,12-14.19-20.
Evangelio: Mateo 22,1-14.
Comentario: ¿Dónde buscamos los seres humanos la felicidad? Para la gran mayoría la felicidad está en tener más cosas, más poder, más riquezas, más seguridad… sin tener que trabajar mucho ni esforzarnos para ello. Otros la buscan en el goce individualista e inmediato de las diversiones del fin de semana; en el sexo o en el consumo de drogas… Hay quienes se entregan al cuidado del cuerpo para mantenerse en forma queriendo ser jóvenes siempre sin envejecer nunca… Son muchas las ofertas en nuestra sociedad pero todas parciales, ya que al ser humano no nos dan todo lo que andamos buscando y siempre quedamos insatisfechos de una u otra manera para experimentar esa felicidad profunda, verdadera y duradera.
Lo importante para ir alcanzando esa otra felicidad, es entender lo que puede ser en realidad nuestra vida vista sin esos velos que tenemos; sin odios, nacionalismos, separatismos, egoísmos, enfrentamientos; sin esas ansias de poder, y de riqueza… sino desde algo nuevo y más definitivo; desde ese sueño de esperanza en el bien común de todos, en la unificación y en la ayuda mutua para una vida mejor y más digna para todos; desde el proyecto de Dios y para la salvación eterna por él prometida. Desde una vida en comunión, en libertad, en paz… desde la misericordia, la bondad, la ayuda al otro, la entrega y el amor y que ha venido truncándose por nuestros egoísmos, desde nuestros orígenes hasta hoy.
Para los cristianos, la vida ha de entenderse como una donación de Dios para la solidaridad, la ayuda y la entrega a los demás en aquellas necesidades básicas, una vida para la felicidad, que no puede ser, sino la consecuencia de una comunión de fe y de amor en un mismo Dios Padre que nos ha provisto de lo necesario y quiere compartirlo con nosotros y que lo disfrutemos. Compartir únicamente los dones espirituales puede ser demasiado poco ante las angustias que muchos experimentan dadas sus necesidades y carencias.
No podemos por ello, perder de vista en esta parábola de Jesucristo la fiesta de la felicidad y de la libertad de compartir también los bienes materiales, a la que Dios nos llama y a la que, a muchos no les interesa, ni están dispuestos a acudir, rechazando así el banquete de la salvación. Todos, incluidos los más pobres y desvalidos, estamos llamados a esta fiesta, a la felicidad y salvación que en ella se nos ofrece como gracia de Dios, pero para acudir a ella ataviados debidamente, debiéramos hacerlo con ese traje que significa nuestra disponibilidad a su proyecto como personas.
Es necesario comenzar ya desde aquí a saber enjugar las lágrimas de esos seres humanos que, como consecuencia de la opresión y el egoísmo de otros, carecen del respeto inherente a su dignidad y fomentar entre nosotros todo aquello que pueda contribuir a una vida digna. No depende de ser ricos o pobres, sino de ser reflejos vivientes de la confianza en la providencia de Dios y del envío al que Jesús Nazareno nos manda de proclamar el Evangelio desde una sincera y efectiva liberación de todas nuestras ataduras a este mundo, y de nuestros intereses y compromisos.
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